La dirección por valores (DPV)

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POR: Jorge Yarce 29 / 08 / 2012
Dirigir es el arte de conducir una organización a sus fines, objetivos y metas. Se dirige un sistema de tipo administrativo, técnico, financiero, comercial, que podemos denominar “sistema formal”, que sigue unas reglas y unos indicadores muy precisos, sometidos a normas y a resultados cuantificables. Pero también se dirige un “sistema no formal”, que es el sistema humano, que sirve de base al técnico o formal y que es más difícil de cuantificar o medir pero es igualmente importante.

El sistema humano lo conforman las personas, su racionalidad, sus emociones, su libertad, su capital intelectual, su inteligencia emocional, su espontaneidad y, sobre todo, sus valores. Se puede tener la preparación óptima para dirigir formalmente una organización, pero si no se dirige bien el sistema humano, puede llegarse al fracaso.

Sin optimización y adecuada dirección de lo humano no puede haber buenos resultados de lo técnico. Ni las máquinas, ni el dinero, ni los computadores trabajan solos. Detrás siempre hay personas concretas. Dirigir es, pues, dirigir personas.

Por eso se abre paso en el mundo de la empresa, la Dirección por Valores (DPV), que viene tomando fuerza en las escuelas de negocios en el mundo, y que han empezado a poner en práctica muchas empresas. En El Instituto Latinoamericano de Liderazgo constituye el punto d partida del Sistema de Valores (SDV) en la empresa No pretende sustituir otras filosofías de la dirección, sino darles una visión más trascendente, reforzando, por ejemplo, teorías administrativas como calidad total, reingeniería, excelencia y otras.

En la DPV sobresalen algunos elementos claves:

• Es una forma de dirección y liderazgo estratégicos
• Busca que los valores se vivan en la empresa como consecuencia de que los practican las personas, en forma de vivencia operativa interpersonal.
• Es una concepción integrada de la cultura de la empresa, que mira a la identidad, el compromiso y la proyección de la misma en su entorno
• Permite hacer productiva la práctica de los valores, es decir, que influya en los beneficios que produce la empresa.
• Incide en la transformación de las personas con base en el cambio de actitud y de conducta más que en la recepción de información y desarrollo de habilidades.
• Mira más a la formación libre de hábitos y al desarrollo de capacidades que al entrenamiento.
• Se apoya en la motivación intrínseca (la que produce satisfacción personal) y en la trascendente (servicio al otro), más que en la extrínseca (salario, prestaciones, medios).
• Promueve la gestión de un cambio que cubra la brecha entre el presente y el futuro señalado por la visión estratégica
• Permite estructurar equipos inteligentes de trabajo
• Estructura la selección, la capacitación y la auditoría sobre bases más humanas.
• Ofrece una base permanente sobre la cual es más fácil operar los cambios y reformas empresariales, según las diferentes teorías y tecnologías.
• Las personas, con sus valores, son lo permanente en la organización y son ellas las que crean un clima positivo de trabajo que se comunica de generación en generación.
• Los valores son el corazón del sistema humano de la empresa, de modo que si él funciona, se facilita mucho la marcha de todo lo administrativo, los aspectos técnicos, los comerciales, la producción, las cuestiones financieras.
En la dirección de una empresa se puede fracasar por efectos de la recesión económica, por una crisis financiera interna, por la pérdida del mercado, por la competencia desleal, por las regulaciones fiscales, por la falta de modernización, por malos manejos internos o por cualquiera otra razón.

Pero, detrás de todos esos procesos, unos más controlables que otros, siempre están los aciertos o desaciertos de las personas que dirigen o que operan el sistema empresarial, sus conocimientos, sus actitudes y sus valores, que pueden hacer también que las cosas cambien.

En determinados momentos eso sólo es posible con responsabilidad, con generosidad, con creatividad, es decir, con valores concretos encarnados en cada una de las personas que trabajan en la empresa, y de modo ejemplar en sus directivos.

En una sociedad como la actual, y en un estado de cosas como el presente, cuando campea la corrupción a todos los niveles, hay que tener el valor de vivir y practicar los valores, y defenderlos antes quienes creen en la fatalidad o en la dictadura de los factores puramente técnicos, financieros o administrativos. Como parte de una actitud ética fundamental a la que se da prioridad, recogida, a veces, en un código ético.

Dirigir por valores es en realidad auto dirigirse, auto motivarse, autoliderarse, y autor responsabilizarse, para obrar no tanto al impulso de las órdenes, del control, de la presión o de la autoridad formal, como al impulso de la libre voluntad y la aspiración a alcanzar lo mejor para sí mismo procurando lo mejor para la empresa vista integralmente.

DPV hace realidad el liderazgo ético

La DPV no es un discurso ético. Es una filosofía de la dirección por liderazgo. Eso quiere decir que trabaja sobre la integridad en la persona y en la organización. La DPV se basa en la participación, a través de equipos inteligentes de trabajo que construyen redes interactivas, que utilizan bases comunes de datos, a las que aportan y de las que reciben y que forman un entramado eficiente de relaciones interpersonales.

El núcleo central de esta filosofía es hacer de la empresa un sistema integrado de valores que se consigue no por una declaración de principios a propósito de la planeación estratégica sino por un proceso de construcción que lleva tiempo, pero que parte de la decisión de los directivos de dar a los valores un soporte real en el desarrollo empresarial y vincularlos con los aspectos centrales de la empresa: técnicos, administrativos, financieros, de producción, ventas, servicio, control de calidad, etc.

En la visión antigua de la empresa contaba básicamente el capital económico, el patrimonio representado en bienes o en dinero. En la visión actual cuenta mucho el capital intelectual –humano: el saber acumulado de la persona, y estructural: el saber acumulado de la empresa–, tanto o más que el dinero.

El conocimiento y la información son el nuevo nombre del capital: una empresa vale lo que vale el conocimiento y los valores de su gente. El conocimiento y los valores encarnados por las personas son el recurso más productivo de una organización.

Eso es lo que confiere cultura a una empresa: el conocimiento y los valores compartidos, estimulados, participados, gestionados, practicados e incrementados continuamente. Lo que los incrementa es el sistema informal, espontáneo, la libertad que los expande, crea espacios, decide bien, obra transparentemente, es innovadora y solidaria (comprometida). Y la disciplina del trabajo como la más poderosa fuente de realización personal, visto de modo subjetivo (crecimiento personal) y objetivo (resultados cuantificables y cualificables), o si se quiere entendido como productivo y formativo, que busca el tener para el ser, para vivir en un contexto de valores humanos positivos,

La DPV relaciona los valores con el día a día de la persona: vinculados estrechamente a sus afanes, metas, ilusiones, cultura, deseo de servir a la sociedad, aporte al desarrollo de la comunidad. Los valores se convierten en una ventaja competitiva perdurable, porque nos sitúan más allá de la motivación, de las expectativas de desempeño, de la complejidad del cambio, de la misma competitividad:

Valores éticos a primer plano

La expectativa actual de la sociedad ante las empresas e instituciones públicas y privadas es preguntarse cuál es su ética, qué valores se apropian para cumplir su misión y alcanzar la visión. Una pregunta clave dirigida a las personas es cómo hacen suyo el fin corporativo. Se requiere una apropiación, una incorporación vital que haga que el anhelo, la meta, el objetivo sean, a la vez, un sueño, pero más todavía un propósito desglosado en planes de acción de futuro.

Decisión, esfuerzo, propósito, diligencia, perseverancia, marcan una secuencia del esfuerzo por aclarar y vivenciar principios y valores que, de otra manera, se quedan sobre el papel y no mueven a nadie. Además, lo que en la empresa es un buen negocio, debo serlo también para la familia y la sociedad: ayudarnos a ser mejores personas cumpliendo una tarea profesional cualificada y mejorando permanentemente en ella. Ahí tiene sentido el alineamiento de mis valores con los de la empresa, con los de mi familia y con los de la sociedad.

La Dirección Por Valores (DPV) constituye un reto para proponerse hacer lo que parece imposible, pues lo posible parece estar ya hecho. El mundo vive una auténtica revolución de los valores, sobre todo en el campo empresarial. Lo que hace años parecía extraño emplear: “valores”, pues era mirado como un prejuicio, como algo proveniente de la esfera ideológica o religiosa, hoy en día se mira como el descubrimiento de un venero inagotable de potencialidades para fortalecer la cultura empresarial.

Además, cuando se habla de valores se habla de intangibles que vividos en las personas generan actitudes estables que son mensurables en el comportamiento delante de terceros. Hoy en día se dispone de pruebas, estadísticamente estructuradas y validadas, que permiten sacar conclusiones muy precisas sobre el grado en que una persona o una organización práctica los valores. Como también es posible medir el grado en que los antivalores afectan la organización. Para unos se requiere aprendizaje, para los otros, des aprendizaje

Pero lo más interesante, sin duda, es ver cómo la construcción de valores en una empresa tiene diversos niveles de trabajo: muestreo significativo de antivalores organizativos y personales, que permite trabajar en la tarea de acompañamiento a quienes manifiesten debilidades en su práctica. Luego, construcción colectiva, a través del aprendizaje corporativo de los valores que contrarrestren los antivalores. Está claro que lo que se puede medir, se puede manejar y mejorar. Pero esa tarea hay que afrontarla con los líderes constructores de valores, y permear a toda la organización con un aprendizaje organizacional de valores. Luego el trabajo directivo se refuerza con liderazgo para el cambio, basado en valores.

Hablando en términos de negocios, el mejor negocio es invertir en tener valores, y en lograr la integridad en las personas de modo que la empresa pase de ser una organización de carácter mecanicista a ser una institución dotada de unidad, consistencia y proyección.

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